Buenos días bromistas y bromistas, esta vez os traigo un minirelato que publiqué en mi viejo blog hará la friolera de cuatro años, y que he rescatado de las garras del tiempo. No os asustéis, mi mente perversa ha evolucionado y ahora no soy tan sádico en lo que escribo, de hecho en aquel momento esto me salió de un lugar cuya existencia desconocía.
AURORA
"El agua caía en la jofaina gota a
gota, repicando al igual que penetraba en su cabeza ese pensamiento oscuro.
Tenía que salir de allí sin importar el cómo, y en un corto intervalo además.
La noche se alzaba como un muro infranqueable ante ella, tan poderosa antes,
tan patética ahora. No había obstáculo que Aurora no pudiera superar, y sin
embargo, cuando más falta le había hecho, no veía solución alguna. Si no salía
de aquel lugar, en pocas horas sus ojos quedarían cegados para siempre. -Esos
ojos de avellana por los que cualquier ardilla mataría-. Qué frase más cursi y
sin sentimiento, muy propia de él. Igual de capaz de hacer un análisis
estadístico como de inútil para ser persona, siempre frío y azul como el hielo
podrido. Hacía ya dos años que la dejó, ¿Por qué? Era demasiado obsesiva, eso
decía. Ja! obsesiva puede, pero también viva, no como él envuelto en su traje
de Massimo Dutti, impecable, que le planchaba a diario.
Después de que se separaran, no había vuelto a ser la misma, siempre cuesta abajo.
Y para colmo, aparece aquella furgoneta de repente, y la meten en ella. Sin
embargo, ahora no podía centrarse en eso, porque ¿acaso había algo que no fuese
banal cuando la cuestión se trataba de vida o muerte? Eso pensaba ella,
mientras con el dedo índice se mesaba un mechón cobrizo. Solo había una puerta,
y una ventana abierta, ambas abiertas, con lo cual nunca podría escapar.
Necesitaba traspasar el muro, pero para ello necesitaba un haz de luz. No muy
potente, tan solo que diera en el punto exacto, pero solo tenía una linterna y
una caja de cerillas, y eso no servía. Finalmente dio con lo que buscaba
rebuscando en su memoria.
Aurora levanta ya, mira qué día hace. Date prisa, que llegaremos tarde y se
habrán comido todas las fresas. -Voy mamá, no me lo perdería por nada. Juancho
me dijo que también va a traer cerezas, que les han sobrado muchas-
Y así fueron, como cada año, ella y su madre, al
festival de Sostariego, en el que se tocaban canciones regionales, y algunas
familias llevaban comida para amenizar el momento. Se prolongaba hasta altas
horas de la noche, pero ya por aquellos años iba cada vez menos gente, por el
imparable éxodo rural. Ése año era especial, porque su madre iba con ella,
nunca había podido ir por su trabajo, que le quitaba mucho tiempo. Pero
aquel verano, estaba libre, ya que estaban reformando su lugar de trabajo. Así
que allí se encontraban, madre e hija bailando sin ritmo concreto, al son de
una orquesta de baja estofa. Eran las 11 de la noche ya, y de repente, mientras
sonaba algo de unas marionetas bailando sin fin; los cables de un foco rojo,
como si hubiera un titiritero macabro por detrás, se rompieron, y el foco cayó
justo encima de ellas. Su madre murió en el acto, y ella, ella se quedó parada,
sin saber que hacer, con la cara encarnada. Tenía tan solo 11 años y un triste
recuerdo que superar.
Así que todo lo que Aurora debía hacer era introducir ese recuerdo luminoso por
un punto central de la pared y saldría de allí, sería libre. Pero necesitaba
una luz roja así que cogió un bolígrafo que había conseguido a escondidas, y
empezó a dar golpes y más golpes al reflejo de la jofaina. Por fin consiguió
que su recuerdo, luminoso y rojo, alcanzara la pared, y allí se abrió un hueco,
pequeño, demasiado; por lo que siguió golpeando, hasta que el agujero fue
enorme. Notaba que cuanto más crecía este, más le costaba golpear, pero no
importaba -Dará igual cuando salga de aquí- se decía ella.
Finalmente,
estimó que era una anchura considerable, y se dispuso a pasar, dando un último
golpe. Pero con ese repicar postrero, la pared se volvió sólida de nuevo, y vio
que la auxiliar de guardia corría hacia ella. La mujer no pudo más que gritar y
caer sin vida en el momento. La enfermera llamó por ayuda, pero fue imposible
hacer nada, y de la infelicidad de la etérea muchacha solo quedo algo escrito
en la pared, como grabado con esa luz tan viva y roja, MAMÁ."